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Más allá de las fronteras narrativas

La presentación de “Las Vicentini” en la ciudad de Sunchales unió historias, vecinos, recuerdos y emociones. Compartimos aquí la devolución de una lectora a la autora de la novela:

¿Cómo se cuenta la historia de un pueblo? ¿Cómo se revela su identidad? ¿Se puede hacer literatura a partir de las historias “mínimas”?

Tu libro, querida Mónica responde a mis interrogantes. Tal vez ha sido tu alejamiento del ámbito que es materia prima de tu novela, ese Sunchales de fines de los 60 comienzos de los 70, lo que genera una obra que nos permite a muchos sunchalenses reflejarnos en un espejo que a veces resulta pintoresco, otras un poco deformante y por supuesto rico en anécdotas. Ese puñado de personajes y acontecimientos de un pueblo enclavado en la llanura extensa en una de las zonas más productivas del país, están narrados plásticamente. Se nos aparecen caras conocidas, apellidos tradicionales y aún plasmados en algún que otro frontispicio de la ciudad, el club, la pileta en los veranos, la plaza,… y si leemos con todos los sentidos atentos hasta el aroma y los sabores de ricas comidas tradicionales que podemos percibir aún hoy al transitar por algunas veredas de la ciudad…

El correr de las anécdotas y el pintoresquismo de “pueblo chico; infierno grande” se infiere en cada rincón sin plantear un drama lorquiano, sino el drama cotidiano de enfrentar el devenir de los cambios, de las costumbres, las tradiciones. Tal vez intuyendo que pronto se acercarían cambios inexorables -muchas veces reflejados en Ema, la que puede romper una y otra vez el círculo casi perfecto que conforman las tres tías y la abuela-, las Vicentini tratan de aferrarse a ese letargo de pueblo posiblemente porque el miedo de lo nuevo, de lo desconocido las intimida y desestabiliza.

Del otro lado del espejo está la gran ciudad, la que hace trizas las siestas pueblerinas, el cotorreo de comadronas, los comentarios de soslayo de modistas de vida ligera y peluqueras entrometidas; en ella “el infierno” se vive en soledad, muchas veces reflejada en la soledad de Olivia. Cuando ella queda sola, cuando sabe que esa mirada o ese llanto de Ema significan que se acerca el abandono; entonces se refugia en amistades como la de Arturo, en quien ve un referente masculino, protector y a quien ella elegiría como su propio “general que llega en el avión negro…”

Justamente elegir a Olivia como la narradora de ambos mundos presentes en la novela propone una focalidad diferente, ajena a las suspicacias o vicios del mundo adulto. Esa mirada de niña, desde su más tierna inocencia trata de conciliar esos mundos en los que, disfruta a veces vivir y en otras sufre. La tensión que plantean esos espacios disímiles la hacen sentir a veces una heroína de las telenovelas que sigue con su abuela y otras un titán derrotado.

“Los locos y los niños dicen la verdad”; la niña “metiche” lo ratifica en cada oportunidad al presentarse: “yo soy Olivia, “la que trae la paz y la reina de los titanes”… Casi lo mismo que los lectores sentimos frente a “Las Vicentini”: la armonía y la paz familiar y al mismo tiempo la furia de titanes que se disputan en un ring de ficción deudas familiares pendientes y deudas por pagar y cobrar.

Una novela, una saga familiar que va más allá de sus fronteras narrativas, al menos para mí. Gracias Mónica, me regalaste una vuelta a mi infancia, a sentirme por un ratito la Olivia que (en lo estrictamente personal) frente a dos hermanas mayores y una madre muy presente y omnipresente, también recorrió por aquel entonces las calles de un Sunchales del que ya queda poco.

Susana Gandini
Sunchales – Santa Fe

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