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Presentes, ahora y siempre

Vuelven. De los mares inmensos y los vientos eternos.

Vuelven. Se levantan como flores silvestres después de la lluvia, como sauces inclinados que buscan el sol.

Vuelven, desde los descampados donde suponen los verdugos que han tumbado los sueños, desde los mástiles, las azoteas, rozando los trigales, bordeando los arroyos, como asomo de luces, como aroma de tilos, como una treta de la sombra.

Vuelven. Desde los pozos trepan sus guiños, sus poemas, su intemperie colectiva. Un racimo de ideales corteja su avanzada, sus puños, sus banderas. Y  no hay  monstruo en el mundo que pueda detenerlos.

Vuelven. Treinta mil cicatrices enrojecen la tarde y despiertan de la siesta a los señores que repiten la palabra patria como si les perteneciera ese derecho. Las cicatrices cantan. Es un coro que aumenta, una marcha de triunfo. ¡No puede ser!, dice el monstruo primero, que está seguro que las balas no tienen regreso. ¡Lo habrás soñado!, dice el monstruo segundo, que asume la pesadilla como un eco permanente.

Vuelven. Se hacen fantasmas a cococho de unas madres que giran y giran en la plaza. Se hacen  juguetes que llegan a los hijos antes del seis de enero. Ya nadie quiere saber de dónde sale el ruido, quién golpea el palo de los bombos, quién fuma detrás de los arbustos.

Vuelven de ayer, de hoy y del futuro. ¡De qué se ríen! grita el tercer monstruo, y  el cuarto, y  el noveno, que ahora huye a tirar los instrumentos de tortura.

Vuelven. ¿Qué hace un nieto detrás de la colina? ¿Y aquella piba huyendo de una casa que no era suya? ¿Hacia dónde marchan esas  figuras renacidas, sofocantes, insoportablemente poderosas, tan poderosas que no se dejan morir de olvidos?

Vuelven. Los taparon con tierra y con cemento, son una entelequia sin registro. Y sin embargo, de a ratos, aparece uno más con nombre y apellido y ya nadie se cree que sea imposible regresar en la memoria.

Vuelven. Y revientan de cobardía los propietarios del mal, los enfundados de fajina, los informantes de oficinas y de templos, los silenciosos vecinos que miraban los partidos.

Las escarapelas huyen de palcos y desfiles. Las botan quedan enterradas en el fango. La bolsa de comercio se derritió una tarde, en el último verano del infierno.

Porque vuelven, volvieron, volverán.

Elvio Zanazzi

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